La primera mención sobre la existencia de un puerto en este lugar data de 1501 y aparece en un documento referente a las disputas jurídicas por las competencias de los diferentes pueblos sobre la bahía del Abra.
La escasez de terreno y la extrema densificación originada por la expansión económica y demográfica del siglo XVIII, permitieron mantener un urbanismo cuyas señas de identidad son las casas apiñadas, las callejuelas estrechas y unas puertas y ventanas mínimas para proteger a sus moradores del Noroeste. Otro rasgo característico es la presencia de escaleras exteriores. Esto permite que edificios ya de reducido tamaño, se subdividan por pisos y aún muchas veces en varias manos.
El edificio en el que nos encontramos, es el espacio público de referencia en el Puerto Viejo: durante la primera mitad del siglo XVII, acogió las reuniones de la Cofradía de Navegantes y fue sede de la Sociedad de Prácticos Lemanes. Y por aquí pasaba cada mañana el Txo, lantxa-mutil o grumete que era el más joven de la tripulación de una lancha de pesca y el más madrugador, ya que estaba encargado de llamar al resto de los tripulantes, uno a uno.
La afluencia de visitantes durante el verano supuso un aumento de la demanda de servicios domésticos en las casas, fondas y hoteles que solían ocuparse por una tropa de chicas jóvenes que ayudaban así a la familia.
Los veraneantes también requerían mujeres externas como lavanderas y planchadoras, lo que generaba una fuente de ingresos estacional para muchas mujeres del Puerto. Además, eran élebres las “sardineras” que recorriendo calles y pueblos iban vendiendo el pescado recién llegado a puerto proclamando su calidad y frescura a los cuatro vientos.