El cielo estrellado siempre ha inspirado la imaginación humana. Las antiguas culturas de Mesopotamia, Babilonia, Egipto, Grecia y las Américas nombraron grupos de estrellas en honor a sus héroes y dioses mitológicos. Estas agrupaciones de estrellas brillantes, unidas mediante líneas imaginarias, se conocen como asterismos y dieron origen a varias de las constelaciones que perduran hasta nuestros días.
El firmamento se organiza como una esfera imaginaria, llamada bóveda celeste, alrededor de la Tierra. Entre 1928 y 1930, la Unión Astronómica Internacional dividió la bóveda celeste en 88 regiones o constelaciones. Dentro de cada constelación se encuentran estrellas, nebulosas y otros objetos del cielo profundo. Aunque desde nuestro punto de vista todo parece estar a la misma distancia, en un viaje interestelar nos daríamos cuenta de que las distancias entre las estrellas son enormes, y que unas están más cerca y otras más lejos. Las constelaciones que conocemos sólo son configuraciones arbitrarias que se ven así desde nuestro punto de vista, el sistema solar, y no se verían igual desde otro punto de la galaxia.
La porción del cielo nocturno que vemos depende de nuestra ubicación geográfica, y el mapa de constelaciones visibles varía mes a mes. Por ejemplo, desde el País Vasco, en enero veremos Orión, Géminis y Tauro, y en octubre el conjunto que componen la leyenda de Perseo, Casiopea, Cefeo, Andrómeda, Perseo, Pegaso y Ballena.
Y ahora le invitamos a pasear bajo este cielo estrellado, en el que encontrará tres de los asterismos más conocidos del hemisferio norte, la Osa Mayor, Hércules y Casiopea. Pero para poder apreciarlos deberá ‘viajar por el espacio’ hasta situarse en el único punto desde el que se visualizan correctamente.